CULTURA
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Crónica de un festival: pieles, cine y algo más
El 10 y el 11 de febrero se llevó a cabo la nueva edición del Cosquín Rock. A modo de narrativa, te traemos la historia de lo que un evento así implica para sus espectadores.
por Agustín Carbelli 19 de febrero de 2024
La celebración número 24 del Cosquín Rock hizo vibrar, una vez más, las sierras cordobesas. Concentrando e incluyendo en sus dos jornadas a grandes artistas como: Ciro y Los Persas, Slash ft. Myles Kennedy & The Conspirators, Babasónicos, Divididos, El Kuelgue, Conociendo Rusia, Lali, Airbag, Dillom, Duki, YSY A, Tiago PZK, Steve Aoki, Los Auténticos Decadentes, Ke Personajes, Los Caligaris, Damas Gratis, entre otros reconocidos nombres que ocuparon los seis escenarios del evento.
En paralelo al estreno del after movie el pasado domingo 18 de febrero en el canal oficial de YouTube del festival, vamos a analizar un poco el factor cinematográfico del Cosquín Rock. Mucho se ha hablado últimamente del evento, pero solo algunos tuvieron el privilegio de vivirlo, las estimaciones dicen que por cada día pasaron entre 45 y 50 mil personas, lo que nos deja un “modesto” número que roza y hasta supera los 100 mil. Cuando se relata la mística de los festivales provinciales, ya sea este en Córdoba, la Vendimia en Mendoza, el Festival de la Confluencia en Neuquén u otros tantos que enriquecen y protegen nuestro patrimonio cultural, se tiende a omitir lo que pasa antes y después.
Un recurso que suele usarse para contar una historia en películas, documentales, novelas y cuentos es una suerte de prólogo que sirve para situar al espectador, al lector o al oyente, antes de lo importante. Antes de lo que pasa y antes de sus consecuencias. Entonces, los invito a leer esta historia.
Sábado, 10 de febrero de 2024, en Santa María De Punilla. Lo primero que llama la atención es la gente. Ya sea que se acerquen caminando, pasen con el auto buscando estacionamiento o se bajen de alguno de los colectivos, van a ver muchísima gente. Todos sienten lo mismo: calor. Vagan de aquí para allá viendo los puestitos con remeras, gorras y demás merchandising; se tientan con el olorcito a humo de las parrillas, los choripanes, los sánguches de bondiola, de milanesa, los panchos y las empanadas; y comienzan a sentir ese tipo de sed que solo puede ser saciada con un buen vaso de fernet, de birra o del local "pritiado".
No hay una única forma de vivir el Cosquín Rock. Algunos se acercan a los campings que rodean el predio, unos piensan pasar la noche en sus vehículos, otros se quedan en un hotel o en algún cuartito que lograron alquilar más o menos lejos del festival, pero todos ya se sienten re manijas por la sola idea de estar ahí. Viendo el maravilloso trabajo de metalistería que es el arco que da inicio a la aventura, observando las pintadas que publicitan esta nueva edición y hasta oyendo como algunas de las bandas hacen las pruebas de sonido y practican sus mejores canciones. La euforia, en esos momentos, es máxima.
Entonces, un pequeño adelanto en los acontecimientos. Sábado, 10 de febrero de 2024. En principio, después de cruzar el puente y de seguir por esa pasarela en la que todos desfilan esperando escanear su entrada y entrar al predio, mucho más calor y mucha más gente se hacen evidentes en esas catorce hectáreas que conformaban al festival. Perdidos en ese impenetrable bosque, cegados por la reluciente luz del sol y guiados por la señalización, se logra llegar, por fin, al día uno del Cosquín Rock. Todavía es temprano, las primeras bandas comienzan a tocar y uno trata de organizarse mentalmente, de ubicar escenarios, puestos de comida, baños, puntos de hidratación, bandas que se quieren ver y lugares de referencia para encontrarse en determinados horarios.
La piel, frágil, versátil y rebelde, comienza a exponer sus primeras quemaduras rojizas, producto de haber olvidado el protector solar. Las marcas de la ropa, los tirantes de mochilas y riñoneras resisten el poder del sol, pero ayudan a mantener ese pesado calor. Algunos hombres se sacan sus remeras y algunas mujeres tratan de atar su cabello, buscan refrescarse con un poco de agua y pensando ya en las largas filas para comprar algo para tomar. El tiempo avanza, se descubren artistas y la música por ahora es un fondo de ambientación previo a quienes no queremos perdernos. Eran las 18 y de pronto se nubló, suave, superficial, sin que signifique nada. Acompañados por una brisa pasajera y desinteresada que se mantuvo de forma intermitente y refrescante. Llega un punto en el que tenemos que priorizar bandas y estar media hora en un lado, correr a la otra punta, estar un rato y volver al medio, pero eso es parte de la magia de un espectáculo así.
Se hicieron las 19:30 hs, Airbag estaba terminando, habiendo cantado sus característicos temazos como “Cae el sol en tu balcón y la verdad es que no ha sido fácil para los dos…” y habiendo subido a un fanático a tocar la guitarra. Si eras de los que estabas viendo a Miranda, tenías una afortunada vista a las sierras, a las horas de oro del atardecer y al avión que hacía piruetas y tiraba humo al ritmo de “Solo tú, no necesito más, te adoraría lo que dure la eternidad…”. Sigue Babasónicos con “Oh, sí, estoy mirando a tu novia y qué…”. Tiago PZK y su hermana con un emotivo “Se conoció con un muchacho, en una salita de guachos, entre tragos se gustaron, pero ella no sabía cómo era él…”. El espectáculo siguió con Ke Personajes, La Vela Puerca y Los Auténticos Decadentes y en cada momento de lo que quedaba del día habías tenido algo que resaltaba, homenajes, reversiones, frases polémicas y recuerdos inolvidables. Te vas contento, saciado, pero con ganas de más.
Domingo, 11 de febrero de 2024. Último día. Al ardor en la espalda y el cuello se le suman las picaduras de mosquitos y un incipiente agotamiento físico. Para colmo, a media mañana se nubla. En principio, que esté menos caluroso que el día anterior suena como una buena idea, pero entonces comienza a llover. Una lluvia que fue ganando intensidad progresivamente y que parecía estar en su mayor punto cuando ya era hora de ingresar el predio. Se arma un debate sobre si es prudente ir o esperar a que la tormenta se pase. Ambos bandos tienen sus allegados, pero quienes se animaron a salir, pudieron ver a quienes hicieron lo mismo. Un predio manchado por el gris de una potente y tragicómica lluvia y un público disfrazado con pilotos de toditos los colores, más o menos rudimentarios en el mejor de los casos, o incluso sin nada por parte de los que desafiaban la tormenta sin ningún tipo de temor.
Acá es cuando es fácil darse cuenta que hay cierta belleza, casi cinematográfica, en cada uno de los detalles que construyen al Cosquín Rock y a los festivales por el estilo. Hay belleza en el maravilloso público argentino, capaz de armar pogo en cualquier canción y a pesar de cualquier contratiempo, un público nombrado y destacado en entrevistas internacionales que demuestra que siempre hay algo más, algo que no se ve a simple vista. Hay belleza en vivir y sentir la música en su máxima expresión; en los que saltan, los que corren, los que bailan, los que se quedan en la periferia, los que portan el estandarte del lugar de donde vienen y los que van solos o acompañados, las parejas y los amigos, nuevos o viejos. Hay belleza en conocer a cierto artista y no a otro, en descubrir canciones nuevas para añadir a nuestra playlist, en que nadie sea juzgado por escuchar un show siendo un total novato en el tema y en que las nuevas generaciones sean incluidas con lo que ahora los mueve, porque el rock es más que el rock.
En fin, a eso de las 16:30 dejó de llover y salió el sol. Un sol incluso más potente que el del día anterior. Como dice el dicho: “El show debe continuar” y gracias a Dios por eso. Lo que siguió es una jornada cargadísima de artistas como el convocante espectáculo de Ciro y Los Persas, YSY A, Slash, Duki, Steve Aoki entre otros. A las quemaduras y a las picaduras de mosquitos hay que agregarle una ampolla en el pie izquierdo de tanto saltar y caminar. Se sentía una especie de dolor y cansancio que no cansaba, ni dolía. Todavía quedaba energía para seguir disfrutando, para aferrarse a esos momentos. Los celulares en alto en canciones que sí o sí deben ser filmadas, revistas hasta el cansancio y guardadas para la posteridad a modo de un mítico “Yo estuve ahí”. Y los teléfonos ocultos en momentos que era preferible guardarlos solo en la memoria y apropiarse de ellos de una forma más personal.
Estando oscuro, con las zapatillas llenas de barro y esperando a que toque algún artista, se hace imposible no sentarse por ahí. Un plan justo y perfecto para maravillarse, una vez más, con las luces, con el sonido, con esa atmosfera tan única que tiene el Cosquín Rock. Parece un sueño, pero después de tanto, ya era tiempo de despertar. Lunes, 12 de febrero de 2024, en Santa María De Punilla. Describiría a este día como una escena post créditos. De pronto, toda la magia, toda la gente, parece haber desaparecido. La avenida condensa largas filas de vehículos tratando de salir, la lluvia retomo su pasaje, un poco más constante, duradera y aburridora. Los negocios están cerrados por el feriado y no parece haber lugar para la música. El cuerpo sigue pasando factura y el descanso se siente cercano. El clima es de emoción y despedida, entre quienes se encuentran no sobra un “Buen viaje”, “Hasta la próxima” y “Buen regreso a casa”.
Acomodados en la idea de volver, quizás con los auriculares, la ropa húmeda y los hombros cansados se emprende el viaje. Solo entonces, una última mirada. Desde el balcón de ese vecino que había ganado unos pesitos vendiendo alguna comida; desde los que van caminando con los bolsos pesados; desde la cómoda ventanilla del avión; desde el auto o el micro, casi estático por el tráfico. Una mirada a la ruta, a Córdoba, a los espacios verdes, a los escenarios del predio que pueden verse desde cierto punto y que ya generan ganas de volver a verlos prendidos. Una última mirada que espera no ser la última.
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